LA SONRISA DEL DESIERTO

por Rebeca Valor,

(Periodista, profesora de literatura y socia de Menuts del Món)

Todo empezó de forma muy casual, cuando el miembro más joven de nuestra familia, una joven inquieta y comprometida de 22 años, se interesó por la situación saharaui, se indignó ante la injusticia en la que vive el Sáhara Occidental desde hace más de 41 años y nos propuso actuar. ¿Pero qué podíamos hacer nosotros para ayudar a ese pueblo olvidado del desierto? “Muy fácil -nos dijo ella- acoger a uno de sus niños en verano”. Y así empezó una maravillosa locura que nos ha cambiado la vida.

Lo cierto es que algunos de la familia, como yo, no sabíamos mucho sobre la historia del pueblo saharaui. Nuestro conocimiento se limitaba a cuatro datos difusos: que estaban en lucha con Marruecos, que el Frente Polisario había sido una especie de guerrilla contra este país, que había sido colonia española, que ahora vivían como refugiados…Un batiburrillo de ideas se mezclaban en mi cabeza como piezas desordenadas; necesitaba montar ese puzzle para poder entender mejor la situación del pequeño amigo que íbamos a recibir pronto.

La lucha del pueblo saharaui se remonta a mayo de 1973 cuando se constituye el Frente Polisario para obtener la independencia nacional. El colonialismo español, después de ser derrotado en Cuba en 1898, había ocupado ese territorio en el noroeste africano, con una escasa población, fundamentalmente nómada, pero muy rico en fosfato y con un apetecible banco pesquero frente a sus costas. España, según dictamen de la Comisión de Descolonización de la ONU, debió iniciar, a principio de los años setenta, el proceso de autodeterminación para poner fin a su condición colonial, pero intereses políticos determinaron que lo entregara, en su mayor parte a Marruecos y en menor medida a Mauritania, que, poco tiempo después, renunciaría a la ocupación. Luego llegó la conocida “Marcha Verde” para colonizar el terrritorio con habitantes marroquíes. Mientras, el proceso de autodeterminación quedaba pendiente de ejecutar y hoy sigue sin esclarecerse. Una buena parte del pueblo saharaui vive refugiado en campamentos argelinos en condiciones deplorables o en una franja liberada sobre un suelo minado de explosivos marroquíes.

Esta es la realidad de los miles de niños y niñas que vienen cada verano a muchas ciudades españolas dentro del programa conocido como “Vacaciones en paz”. Esta es la realidad de Dahman, nuestro niño acogido; nuestro hermano.

Llegó el 4 de julio de 2016 a las 7 de la mañana; temblando, con mucho sueño y una sensación de miedo, tristeza y desconocimiento que sobrecogían. Unos grandes ojos negros alumbraban su delgadísimo y enjuto cuerpo.

En nuestra urbanización, todos (mayores y pequeños) lo acogieron con cariño y alegría; algunos hasta lo llenaron de regalos, cosa que él no entendía bien. Tampoco comprendía nuestro idioma y durante unos días todo le sobrepasaba. Se sentía un poco encerrado en sí mismo ya que no podía expresarse y nuestro mundo cargado de bienes materiales y de comodidades le producía sensaciones encontradas: le atraía y le disgustaba al mismo tiempo.

La comunicación no verbal se convirtió en nuestra mejor arma pero, así y todo, la lengua nos separaba con un gran muro; muchas veces nos sentimos impotentes, incluso llegamos a cuestionar el programa con comentarios tan impulsivos como desafortunados (“no entendemos cómo no aprenden español para venir aquí”, “sería mejor que vinieran a un campamento donde les enseñaran, no a familias con las que no pueden comunicarse”, etc.). Todo era fruto de nuestra impotencia. Pero es que acoger a un niño de una familia distinta y, sobre todo, de una cultura diferente no es un juego; no todo es de color rosa. Hay momentos complicados, sobre todo con la disciplina. Dahman llevaba regular algunas órdenes y era difícil mantener con él unas normas en las horas de las comidas (se levantaba de la mesa cuando él quería, sin esperar a los demás); con el uso de la televisión (él se encandiló tanto con la caja tonta que se convirtió en un abuso); con el papel de las mujeres de la famila (nuestro padre era el jefe para él, su ídolo; sin embargo, a nosotras en determinados momentos no nos tomaba en serio).

Pasaban los días y poco a poco íbamos demoliendo las barreras lingüísticas (incluso mi padre, maestro convencido dentro y fuera de una escuela, se empeñó en enseñarle nuestro alfabeto). Un buen día, de repente, tras casi 3 semanas de adaptación, nos dimos cuenta de que ya se podía mantener una conversación con él (muy básica, eso sí). ¡Qué gran satisfacción poder comunicar, poder compartir con él nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y saber que nos entendía! Eso nos hizo ver que también se habían derribado algunas otras barreras, y que lo que en algún momento fue incomprensión, desobediencia o extrañamiento con nosotros, ahora era confianza y cariño. Comprobamos que aquel pequeño que había llegado con fecha de caducidad era ya una porción de nuestra vida, parte de nuestra familia.

En estos dos meses en España, Dahman ha visitado con otros niños saharauis del programa Les Corts Valencianes, l’Ajuntament, la Delegación de Gobierno y el Palau de la Generalitat; también ha ido al cine, ha visto la Ciudad de las Ciencias y l’Oceanogràfic y ha montado en una barca por l’Albufera. Además, con nosotros pudo disfrutar de un fin de semana en Pirineos, donde hicimos una ruta por la montaña que le encantó. Otro tipo de visitas, las médicas, le han gustado un poco menos. Tuvo varias revisiones, entre ellas, en el oftalmólogo y en el dentista. También pasó una fuerte faringitis y tuvo que ser tratado de parásitos intestinales. En su estancia aquí engordó 4 kilos y su garganta y estómago mejoraron pronto.

Inquieto, revoltoso, bromista, amante de los coches y las motos en miniatura, aprendiz de nadador, buceador incansable, gran futbolista, saltimbanqui a ratos, dormilón, buen comedor (sobre todo de fruta y verdura) y sobre todo, una sonrisa andante. Ése es Dahman, la sonrisa del desierto que vino como si fuera a quedarse para siempre a cenar pero que se marchó el 4 de septiembre con una mochila llena de alimentos, ropa y regalos para su familia y el alma inundada de nuevas vivencias, emociones y aprendizaje.

El día anterior a su marcha, todas las familias que participamos en el programa montamos una fiesta de despedida. Pero en realidad no ha sido una despedida, sino un “hasta pronto”. En nuestra casa hay algo que ya no sigue igual; son las barreras que tiramos abajo, ya no habrá quien las vuelva a levantar. Ahora estamos un poco más cerca del Sáhara y comprendemos su realidad. Ahora Dahman sabe lo que es vivir en paz y con comodidades y derechos que en su tierra le han sido arrebatados. Ahora sabe que tiene mucho por lo que luchar para mejorar su pueblo. Ahora sabe que la vida no es un campo de refugiados y que eso no lo merece nadie. Tenemos contacto con la familia de Dahman y esperamos seguir teniéndolo mucho tiempo. Lo aprendido en este camino ya no lo olvidaremos porque, aunque pequeños, hemos dado pasos para construir un mundo nuevo, el que llevamos en nuestros corazones; un mundo con personas libres de toda opresión.

#saharalibre